Azuaga

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Los restos cerámicos descubiertos en el Castillo de Miramontes o el torques de oro de influencias tartésicas que actualmente se muestra en el Museo Arqueológico Nacional nos remontan a un origen poblacional de la villa de Azuaga que bien podría encuadrarse en el Calcolítico (III milenio a.C).
La romanización también dejó su legado por estos parajes y ello se constata mediante el hallazgo de varios zipos con inscripciones epigráficas latinas descubiertos a finales del siglo XVIII. De este modo, se tiene constancia de que hacia el 70 d.C el emperador César Vespasiano habría concedido el título de “Municipium Iulium” a este territorio, hecho que demostraría el grado de romanización de la ciudad en esta época (también llamada Contributa Iulia Ugultuniacum”.
Por otra parte, existen otros antecedentes más próximos como son los referentes a la etapa islámica. La tribu norteafricana de los Zuwaga, serán los encargados de levantar la fortaleza que se erige en la localidad sobre los restos de otras construcciones de épocas anteriores (como demuestran los restos arqueológicos hallados en el cerro de Miramontes. A esta cultura debemos también el trazado urbano de las calles más próximas a este monumento defensivo.
El fenómeno de la reconquista irrumpe en el territorio en 1236, cuando el Maestre santiaguista Pelay Pérez Correa la incorpora tras su conquista al reino de Castilla León bajo el reinado de Fernando III, completando así la Orden de Santiago su total dominio por toda la Meseta Sur. Será entonces cuando Azuaga adquiera el título de villa logrando a su vez anexionarse la vecina localidad de Granja de Torrehermosa.
Ya en época cristiana, y hasta el siglo XVIII, se experimenta un notable crecimiento poblacional que se reflejará en un aumento de terreno habitado creándose nuevas calles que se conciben como ejes vertebradotes del nuevo trazado urbano; es el caso de las calles Mesones y Llana ubicadas en un terreno más llano que otorgará un trazado aún más regularizado y que a finales del siglo XV y principios del XVI se definía en planta como:“... un triángulo, en el que el vértice de la parte alta queda señalado por la fortaleza y, cuyo límite inferior puede situarse, en los inicios del XVI, coincidiendo... con las actuales calles Nueva, Fuente o Cuesta Merina...”.
A pesar de todo, la ubicación de nuevos edificios emblemáticos como son las ermitas o Casas del Concejo, harán que el trazado se vuelva en ocasiones irregular con el fin de evitar los mismos incluyéndolos en el trazado urbano, embutidos junto a otros edificios de carácter civil.
Durante el siglo XVI la villa lograría reunir unos 5.500 habitantes en 1.300 viviendas existentes. La tónica expansiva irá en aumento en los siglos XVII y XVIII con la consiguiente ocupación de los terrenos próximos al Camino de Castuela y es con la entrada del siglo XIX cuando cambie notablemente la concepción urbanística, dando lugar a un trazado totalmente racional incluyendo nuevas construcciones también que se incluyen el calles trazado hipodámico. Buen ejemplo de ello fue la creación del “Cerro del Hierro”; un barrio ubicado en la entrada de Llerena y que guarda una visible armonía en el trazado de sus calles. A mediados del siglo XIX, Madoz describe la villa de la siguiente manera: “… 800 casas de dos pisos, de buena calidad y excelente disposición interna y que ordenadas formaban 19 calles bastante diáfanas, así como 5 plazoletas aseadas y de gran atractivo”.
Este auge constructivo se relaciona directamente con el fenómeno minero experimentado en Azuaga entre los años 1894 y 1947, cuando la explotación del plomo y vanadio fundamentalmente repercutirán de forma inminente en el avance económico y demográfico de la villa, contribuyendo a su vez a la ruptura del aislamiento de este territorio gracias al fomento del ferrocarril como transporte básico para mercancías y población en general.
Pero este auge económico, demográfico y cultural llegará a su fin en el periodo de post guerra cuando el agotamiento de los filones se sume a la pésima coyuntura por la que atravesarán todos los municipios provocando de este modo el abandono de las minas y la posterior emigración hacia núcleos más desarrollados industrialmente, tanto dentro del territorio nacional como del extranjero.
Es esta última etapa de la historia de Azuaga la que se ve representada en el Museo Etnográfico Comarcal de la Sierra y la Campiña con detalles gráficos y materiales que intentan reflejar los diferentes ámbitos de la cultura popular comarcal a la vez que difundirla con la intención de que permanezca en la memoria de sus habitantes.

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